Estas fiestas pueden ser una época agradable: las agendas se relajan, las calles se llenan de luz y aparecen encuentros que durante el año cuesta encajar. En la empresa familiar, además, estas fechas reúnen a personas que comparten algo más que mesa: historia, vínculos y, en muchos casos, un proyecto empresarial común.
Precisamente por eso, las comidas y cenas navideñas no siempre son sencillas. Lo que para unos es un momento de celebración, para otros puede convertirse en un espacio incómodo, donde reaparecen temas sensibles, opiniones no solicitadas o presiones difíciles de gestionar.
Cuando lo informal se vuelve delicado
En el día a día, la empresa familiar suele apoyarse en órganos de gobierno, agendas y metodologías que ayudan a ordenar la relación entre familia y empresa. En Navidad, sin embargo, ese marco desaparece y todo ocurre en un espacio informal, donde los roles se difuminan con facilidad.
Por eso conviene recordar algo básico: la mesa no es un comité de dirección ni un consejo de familia. Convertir una cena en una reunión improvisada, hablar de dinero, decisiones estratégicas o conflictos pasados suele generar más desgaste que avances. La experiencia demuestra que las decisiones importantes pierden legitimidad cuando se toman sin método y sin contexto.
También ayuda ser conscientes de pequeños detalles que marcan la diferencia: elegir con criterio con quién sentarse, no monopolizar la conversación, moderar la comida y la bebida y cuidar la exposición en redes sociales. En la empresa familiar, la imagen externa empieza muchas veces desde dentro.
Escuchar, observar y saber retirarse
Otro de los grandes errores en estos encuentros es confundir cercanía con obligación de hablar de todo. Escuchar es tan relevante como intervenir. No pisar conversaciones, no elevar el tono y no gesticular en exceso reduce tensiones que, de otro modo, escalan rápidamente.
Del mismo modo, saber cuándo marcharse es una forma silenciosa de liderazgo.
Alargar encuentros por compromiso, cuando la energía ya no acompaña, suele incrementar el riesgo de fricciones innecesarias y conversaciones fuera de lugar. Estar el tiempo justo deja un mejor recuerdo que forzar una convivencia que ya no suma.
Alejarse no es evitar el conflicto, sino negarle el escenario. Los lideres más sólidos no necesitan imponerse ni tener siempre la última palabra. Reconocen cuándo una conversación ha perdido el marco adecuado y optan por dar un paso atrás, ya sea cerrando el encuentro o haciendo una pausa emocional.
En organizaciones con culturas exigentes, este gesto es habitual: cuando el respeto se diluye, la retirada envía un mensaje claro. La conversación solo puede continuar si se sostiene desde un mínimo compartido. A veces, proteger el clima es la decisión más firme que puede tomar quien lidera.
En el plano familiar, dar espacio tanto a los mayores como a los menores también contribuye a un mejor clima. Los primeros sostienen la memoria y la cultura del proyecto; los segundos observan, aunque no siempre lo parezca, cómo se gestionan los desacuerdos y los límites.
Decir lo necesario sin romper la relación
En la empresa familiar, no todas las conversaciones requieren desarrollo. Algunas solo necesitan un límite claro.
La asertividad, entendida desde una lógica de empresa familiar, no persigue convencer ni justificar. Persigue ordenar. Expresar una posición de forma clara, sostenerla sin entrar en bucles argumentales y reconocer al otro sin ceder el criterio permite que la relación continúe siendo funcional.
No se trata de callar ni de imponerse.
Se trata de decir lo justo, en el momento adecuado, y dejar fuera todo aquello que no aporta estabilidad al sistema familiar-empresarial.
La Navidad no tiene que alterar el funcionamiento de la empresa familiar; pero si lo puede poner a prueba.
Cuidar de estos espacios informales nos ayudará en la continuidad.







